jueves, 3 de diciembre de 2015

ROMPECABEZAS

Hace unos trece años cuando mi marido y yo nos batíamos el cobre para conseguir el certificado de idoneidad que nos permitiera adoptar, atravesamos innumerables entrevistas que evaluaran nuestro estado de cordura y compromiso. Como si fuera hoy recuerdo a dos psicólogas en plan poli bueno y poli malo, una cercana y afable y otra más incisiva. Esta última tenía como misión hacernos caer del guindo y prepararnos para aceptar que nuestro hijo no iba a ser el niño ideal que muchas parejas esperan. Iba a traer aparejados desafíos, retrasos físicos o mentales, recuerdos, carencias, en fin una lista de factores que debíamos conocer, aceptar y prepararnos para combatir.

Solo puedo decir que hizo bien su trabajo. Nosotros ya conocíamos muchos de esos hándicaps, pero había parejas que enfocaban la adopción desde una perspectiva Disney que clamaba al cielo. Ese jarro de agua fría es fundamental en la criba que significa el arduo camino hacia el puzzle de familia que conformamos los adoptados. Hacer que piezas distintas encajen no es fácil es un proceso complejo de diferentes fases, una carrera de fondo donde la poli mala ejerce el escasamente agradecido papel de ponerse en lo peor.
Aquella señora me lanzó dos preguntas que se me quedaron grabadas:

“¿Que hará Vd. el día que su hijo le diga que no es su madre?” y una segunda aún más dura “¿Cómo reaccionará Vd. cuando su hijo sufra al ser consciente del abandono de sus padres biológicos?”

A la primera contesté instintivamente diciendo que soy madre porque doy jarabe para mocos, hago tortilla de patatas, preparo su ropa, le llevo al cine o le repaso la lección. Es decir le ayudo a construir la vida cada día y la que acompaña es madre si o si. A la segunda pregunta ya no contesté con tanto ímpetu, ya no había certezas, era una pregunta de nota. Mi marido siempre certero exclamó: “Habrá que ayudarle a lamerse las heridas”. Las dos psicólogas se miraron, nos sonrieron y dieron por terminada la entrevista.

Ayer descubrimos que ya lleva tiempo sufriendo ese dolor. Los patios de colegio son lo más de lo más para dejar claro quién es el gordo, la burra, la gilipollas o el adoptado. Ahora toca sacar el betadine y las tiritas.

Estoy jodida, duele.


5 comentarios:

  1. Lo que no mata te hace más fuerte. Así que ni caso y tira de imaginación y de personalidad para superar los problemas. Sí, se dice fácil, pero es lo que hay. Muchos ánimos

    ResponderEliminar
  2. Lo único que se puede hacer es enfrentarse día a día con lo que venga.
    Los patios pasados no tienen remedio y con los futuros ya veremos.
    Es el de hoy el que importa. Si os cuenta algo, ya es mucho; si no, habrá que enterarse por otras vías y hacer que tenga tatuado en su mente que estáis ahí para lo que sea.
    Un abrazo muy, muy fuerte desde el norte.

    ResponderEliminar
  3. Que penita, a mi me ayuda pensar que el que no me quiere se lo pierde, porque yo valgo mucho. Pero no es fácil cuando los demás quieren hacerte creer que lo que tu no tienes es lo qué mas vale...para mi lo que mas vale es lo que tengo...en este caso tu hijo tiene unas personas maravillosas a su lado cada dia...ánimo...

    ResponderEliminar
  4. Un par de leches le daba yo a los del patio ese... so gilipollas!
    Qué mala Puleva me acaba de entrar.
    Mil abrazos en momentos tan amargos para él... y para vosotros.

    ResponderEliminar
  5. Totalmente de acuerdo con Susana, pero por suerte la "poli mala" (que sabía hacer bien su trabajo) se encontró delante a una familia con recursos, fuerzas y un corazón enorme para enjugar lágrimas, ayudar a lamerse heridas o sacar ese betadine mágico cuando más falta hace. Gran suerte para M. teneros como padres, los mejores padres del mundo para él. Un abrazo enorme y mucho ánimo.

    ResponderEliminar